Sobre las habilidades comunicativas en congresos académicos
2025-06-18
Sobre las habilidades comunicativas en congresos académicos
Recientemente asistí al XLI Congreso Nacional de Estadística e Investigación Operativa donde nos juntamos más de 500 académicos para hablar y compartir saberes, abarcando variopintos ámbitos como la analítica deportiva, datos funcionales o diseño de experimentos, por ejemplo. Cada ponente disponía de unos 15 minutos para transmitir su sapiencia y responder alguna pregunta. Se disponía de un proyector de ordenador que mostraba el contenido elaborado por el orador.

En general, percibí que los ponentes menores de 35 años hablaban muy bien, mostraban elocuencia con fluidez, mantenían una cadencia adecuada y se ajustaban rigurosamente al tiempo establecido. Se notaba que lo habían preparado a conciencia. Por el contrario, alguno de los ponentes más veteranos o bien nos pasábamos de tiempo o bien hablábamos con muchas muletillas.
Sin embargo, me quedó la sensación de que casi todos los ponentes abusaron de las diapositivas. No solo por el número de diapositivas –un ponente preparó 70 diapositivas para una exposición de 15 minutos y solo llegó hasta la 40– sino porque todos dedicaban más tiempo a mirar la pantalla que a dirigirse al público.
Creo que el abuso de las diapositivas denota una confusión fundamental entre una presentación oral y un documento escrito. Una presentación de 15 minutos no transcribe un artículo, solo transmite una idea. De forma reiterada nos empeñamos en elaborar numerosas diapositivas con muchos píxels de información. Y mi regla de diseño es sencilla: si no se mencionan esos píxeles de información en la exposición oral, entonces sobran.
Pero sobre todo, clama al cielo olvidarnos de que las diapositivas constituyen un complemento, no el centro de la atención. Es el ponente quien vende la idea, y sobre todo, se vende. Él establece un vínculo humano, donde reside precisamente la magia y el valor de un congreso presencial. Prácticamente todos los ponentes dedicaban más tiempo a mirar la pantalla que a dirigirse al público. Esta desconexión visual rompía el hilo comunicativo esencial entre el orador y su audiencia. El contacto visual no solo transmite confianza y dominio del tema, sino que también fomenta la interacción y genera un vínculo empático.
El resultado resultó paradójico: en un acto cuyo propósito consistía en conectar entre las personas, el ponente se desconectaba. La mayoría de los oradores pasaban más tiempo mirando la pantalla, como si no hubiera nadie presente, que estableciendo contacto visual con las personas que habían acudido a escucharles.
En la ponencia que presentó Alejandro Torres-García, y de la que yo era coautor, sólo se presentaron tres diapositivas. La primera con el título, la segunda con la idea central y la tercera y última diapositiva con un ejemplo de cómo replicar el trabajo. Y fue la ponencia que más me gustó en cuanto a formato de exposición: se dirigió en todo momento al público y no miró la pantalla de las diapositivas.
La tendencia generalizada a la diapositivis inunda nuestras comunicaciones científicas. Creo que la habilidad para establecer una conexión genuina con el público resulta tan crucial como la solidez de la investigación. La meta no es solo informar, sino inspirar, invitar a la reflexión y, en última instancia, conectar. Y para lograrlo, a veces, menos es más, y la mirada al público vale más que un centenar de diapositivas.